Publicado en Revista Crisopeya
Crisopeya N° 3, año III, septiembre 13/22
Leer versión FLIP del N.°3
Todo lo que antecede a olvidar.
«Basta», Samuel Beckett
A veces me pregunto cómo llegué hasta aquí.
Sentado bajo el techo de la galería miro el jardín. Alfombra de pasto verde.
Es verano, llueve y hace calor. Llueve, y cuando no llueve, riego. El césped crece. Las plantas también. Todo reverbera verde.
Corto el césped todas las semanas. Los viernes por la mañana, para ser exacto. La cuchilla de la máquina lo más bajo posible. ¿Es demasiado?, ¿está muy corto? No. Alfombra de pasto verde y en los bordes, cerca de la pared de atrás, algo de tierra donde el césped, que es gramilla, no crece. Quizás algunas altas plantas sombrean la tierra y por ese motivo no crece. Pero la lluvia y el riego, la humedad incesante, germinó una bandada de hongos pequeños, blancos. Alfombra de pasto verde con un borde blanco. Me pregunto cómo llegué hasta aquí, no exactamente hasta aquí, a esta galería, a este jardín. Me pregunto cómo llegué a este punto de mi vida. Momento. Es mejor. Me pregunto cómo llegué a este momento de mi vida. Bastante mejor. Creo puede mejorarse. Me pregunto cómo llegué a ser quien ahora soy. Me pregunto esto con dos tercios de mi vida vividos. Me lo pregunto un año y meses después de la muerte de mi padre y ante la cercana muerte de mi madre. Está muy vieja ya. Me pregunto viendo lo cerca que está la muerte. Su muerte. La muerte. La muerte le hace a uno preguntarse cosas así. ¿Cómo llegué a ser esto que soy viendo lo que mis padres son? Ahora va mejor. No tanto… Viendo ahora lo que mis padres fueron, viéndolos desde este presente, el mío, viendo desde mi presente el suyo. Y de ahí hacia atrás. Hacia atrás recorro su vida con ellos. Yo. Hasta llegar donde comienzan los recuerdos, y un poco antes, la niñez luego, cuando emití sonidos y los articulé y hablé. Creo que no me escucharon. En verdad creo que nunca me escucharon. No fueron muchas las veces que pedí algo. Algún tipo de ayuda. Yo lloraba, ella se había ido. También lloré antes, por otras cosas que pueden considerarse menores. Esa noche la recuerdo bien. Busqué a mi padre. Lo invité a caminar. Había cenado. Yo no. Lo invité a caminar y apenas dimos una vuelta a la manzana. Y me escuchó. Supongo. Nada dijo. (. . .)